miércoles, 23 de julio de 2014

Entre Dos Tierras

Por Daniel Hernández



Decían los Héroes del Silencio, bajo la paranoica pluma de Enrique Bunbury y su casi indescifrable tono de voz, aquello de Entre dos Tierras estás y no dejas aire que respirar...Todos recordamos aquella famosísima canción del grupo maño y yo más aún ya que he sido toda mi vida un gran seguidor de la banda zaragozana.
Quizás este símil lo podríamos aplicar a la figura del político Duran i Lleida, que hace unos días tomó la decisión de dimitir como secretario general de CIU. Duran, el cual se ha movido “entre dos tierras”, a camino entre el universo fantástico del señor Artur Mas y su tapadera en forma de “estelada”, y otro sendero con sectores de más convivencia entre Cataluña y el resto de España.
Entendemos a Duran i Lleida como un hombre de estado, una persona dialogante que ha mantenido casi siempre relaciones estrechas con el gobierno español (como tampoco obviar sus buenas relaciones con el personal del hotel Palace de Madrid, todo sea dicho).
La dimisión del político catalán es solo el reflejo de un personaje casi sin un criterio propio en lo que respecta a las relaciones Cataluña-España (recordemos todos su “Visca Catalunya Lliure” en pleno consell de CIU o su marcha atrás en más de una ocasión por la deriva separatista del partido nacionalista catalán).
Duran i Lleida ha querido probar bocado de cada sitio, manteniendo una postura que nadie ha sabido cuál ha sido, aunque ahora figuremos hipótesis sobre si la causa de esta dimisión la encontramos en el “mantra” y la idea “mesiánica” del señor Mas.
Quizás los más puestos al tema, o los que creemos en la política como servicio al ciudadano y no al revés o que queremos reformas para acabar con una “institucionalización” de la corrupción política, así como sus amiguismos, hubiéramos visto con mejores ojos que el señor Duran i Lleida hubiera dimitido tras el escándalo del caso “Pallerols” (Financiación de UDC, el partido que él preside y que fue condenado por utilización de fondos de formación para la financiación del partido).
Pecó el buen catalán de asumir responsabilidades si la justicia determinaba que aquello era cierto. Todavía se sigue esperando que el señor Josep Duran i Lleida dimitiera por aquel escándalo que salpicó a su partido.
No resulta sorprendente que esta dimisión solo sea el síntoma ya generalizado de una nefasta y poca credibilidad de nuestra clase política, acostumbrada a tomar la política como una profesión orientada al lucro personal y a un aprovechamiento masivo de los fondos públicos salidos del bolsillo del contribuyente.
No obstante, los compañeros de partido del señor Duran, han seguido con la panacea del independentismo como solución a los males de Cataluña, obviando el verdadero mal que son ellos mismos y sus caprichos en forma de evadir dinero a Suiza.
Para acabar, siempre tendremos que recordar también a Josep Duran i Lleida, como un político afable, que siempre buscó entendimiento entre las dos tierras en las cuales se movía, olvidando que a veces es mejor tender puentes de forma clara y concisa, y no dejarse llevar por bacanales ideas de enfrentamiento y división.

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