jueves, 19 de junio de 2014

Felipe VI, ¿final de una etapa o comienzo de otra? (por Raúl S. Saura)


La mañana del 2 de junio, sin aviso ni sospecha, Juan Carlos I de España anunció su abdicación en favor de su hijo Felipe (ahora Felipe VI) como nuevo monarca tras 39 años. El rey con el que se inició una nueva época en la historia de España se marchaba para dar paso "a una nueva generación joven y preparada", en sus palabras. Muchas polémicas exigieron su abdicación recorriendo la actualidad nacional los últimos años, no sólo de republicanos como era habitual, sino también de nacionalistas y parte de la población del país ante los escándalos en los que su familia se vio envuelta: un safari por Botsuana en 2012 mientras el paro y los recortes azotaban a sus súbditos, el torpe accidente de su nieto Froilán, los murmullos rosas sobre sus relaciones extramatrimoniales con la princesa Corinna de filosófico apellido... pero especialmente la implicación de su hija Cristina y el esposo de esta, Iñaki Urdangarín, en el llamado caso Nóos, hirió la imagen de la monarquía española. Tras ser la institución más valorada en los años 90 bajaba muchos enteros en el ranking, algo de lo que no se librara el monarca aunque sí su mujer y el Príncipe de Asturias. Su popularidad bajó en picado y las voces exigiendo la República se alzaron más que nunca; sin embargo, no dimitió. Ni siquiera por su maltrecha salud, con varias operaciones a sus espaldas, y a sus rodillas y caderas. 
Y sin embargo, abdicó sin que nadie lo esperara, una semana después de las elecciones europeas (según la Casa Real, para no intervenir con el desarrollo de los comicios) y aduciendo a este último motivo para ello, además de la preparación de su hijo y voluntad de servir al pueblo español. En unos tiempos de críticas y baja valoración de toda institución en este país, donde la clase política se considera un motivo de preocupación por los ciudadanos, una monarquía parlamentaria, democrática y responsable no podía permanecer callada por mucho tiempo. Ahora, mostrando su "apoyo a los jóvenes" con la llegada de un rey una generación menor que el anterior, tienen la oportunidad de ayudar a esa misma ciudadanía más allá del simple gesto; del maquillaje, como muchos republicanos han criticado el acto de hoy. Hoy, 19 de julio, España estrena nuevo jefe de Estado tras dos semanas de intensa carrera contrarreloj para asegurarlo. Los dos principales partidos votaron conjuntamente (además de otros como UPyD o Foro Asturias) una ley de abdicación aprobada por una mayoría absoluta en Congreso y Senado. El rey la ratificó ayer tarde y ya aparece en el BOE, con la pretensión de que nada entorpezca este momento. Ahora, cuando las imágenes de los nuevos reyes Felipe y Letizia, los de la nueva Princesa de Asturias Leonor y su hermana pequeña Sofía, los de los reyes a título honorífico Juan Carlos y Sofía de Grecia desde el balcón del Palacio Real en Madrid inundan todos los televisores, se describen en todas las radios y se publican a lo largo y ancho de toda la prensa, surge la duda de hacia dónde conducirá el reinado de Felipe VI. Hasta qué punto las relaciones del dictador Franco con la monarquía española afectan a la percepción de su reinado (no en vano el general escogió el nombre de Felipe por delante del de Fernando propuesto por Juan Carlos, dando por razón "el recuerdo de Fernando VII sigue fresco en el pueblo español"), hasta qué punto la imputación de la infanta Cristina en el caso Nóos, que puede ocurrir en cualquier momento, influye en la popularidad de su hermano (al fin y al cabo ella no acudió al acto), hasta qué punto el pueblo español muestra su rechazo o aprobación por Letizia, la reina de origen plebeyo, hasta qué punto la sociedad nacional ha evolucionado tanto estos últimos años como para que la monarquía comience a percibirse como anacrónica, hasta qué punto la juventud aceptará un jefe de Estado no escogido por ella importará en el reinado entrante... son hechos que llaman a la duda. Felipe de Borbón y Grecia tiene ante sí una oportunidad única de servir a su país, cierto, pero él ya no será el héroe que fue su padre, el de la democracia y el fracaso del 23-F. Él habrá de ganarse un trono sobre el que sentarse provocará alguna irritación de vez en cuando. Él habrá de ganarse el puesto como dice la prensa, pero, en vez de decirlo, tendrá que hacerlo y en la soledad y aislamiento extremos de un monarca en una situación tan delicada como la suya no entran los camarillas lamebotas de turno. Poco sabemos hasta ahora de adónde pretende conducir el rumbo del país cuando no cuenta con poderes ejecutivos, ni si realmente pretende hacer algo concreto. En su discurso hizo gestos y llamadas por la unidad del país, consciente de la presencia en el Congreso de unos Mas y Urkullu que ni le aplaudieron ni se esperaba que lo hicieran. La duda procede de la cuestión de cómo reaccionará esta joven democracia a un nuevo jefe de Estado, qué sentimientos le producirán esta sucesión, qué podrá hacer este hombre por ellos si, realmente, nada puede hacer ni quizás intente. Las primeras horas de su reinado ya han dado lugar a su primera contradicción: al mismo tiempo que hablaba de la unidad y respeto hacia los ciudadanos de su país, muchas personas en la misma ciudad de Madrid eran reducidos e incluso agredidos por la policía por el mero hecho de ejercer su derecho a la libertad de expresión mostrando la bandera republicana. De persistir por este camino, la monarquía en España queda condenada con el cambio generacional.
Este país lleva mucho tiempo queriendo escuchar algo nuevo, y Felipe VI parece ofrecerlo, pero revirtiendo el dicho latino, también debe serlo. Un hombre educado a la vista de todo el país, tutor suyo a través de sus imágenes en televisión, preparado y repreparado como corresponde para afrontar tamaño papel como tiene por delante, desprende una sol(itari)a duda: ¿supondrá el final de una etapa (la cuestionada monarquía parlamentaria actual en favor de una incierta III República) o el comienzo de otra (una renovación sustancial de la misma)? El tiempo lo dirá. 


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