La Casa Real ha anunciado una serie de medidas -que algunos por cierto ya tildan de históricas- para no aceptar regalos magnificentes o de gran valor. Estas nuevas disposiciones, impulsadas principalmente (al menos como rostro visible) por S.M. Felipe VI, son una nueva noticia que nos plantan en los medios para continuar con el desesperado intento de lavarle la cara al sistema.
No hay que olvidar esos dos Ferraris que le regalaron a Juan Carlos, ese yate valorado en 18, sí, 18 millones de euros, caballos de "pura sangre", joyas, armas de fuego con joyas (que seguro Su Majestad habrá dado buen uso en esas cacerías que tanto le gustaban), así como una larga lista de etcéteras que incluyen obsequios de la más alta estirpe.
Ahora es cuando el lector podría preguntarse de que nos podríamos quejar, visto y considerando que estas medidas son para atajar que futuros presentes de exorbitante valor sean para el uso y disfrute de la realeza; desgraciadamente, de muchas cosas.
En primer lugar, ¿por qué no se tomaron estas medidas antes? Pero, quizás más importante incluso, ¿por qué se plantean ahora? Pues, evidentemente, porque la situación política actual generada por el fracaso del bipartidismo, hace mandatoria la necesidad de purgas. El sistema putrefacto que tenemos, el régimen de país cuasi-desarrollado que padecemos y la crisis que se cierne sin piedad ante la ineptitud de los grandes partidos, nos ha llevado a todos ya no solo al hartazgo, sino más bien al asco. Antes, como nadie se quejaba, el Rey podía recibir yates de 18 millones de euros, total (casi) todos comían en España...
Por otra parte, y teniendo lo anterior en mente, la medida es insuficiente. No me refiero a que esto no ayude a limpiar el sistema, pues aquello es más claro que el agua; el problema radica en que se aboga por el "sentido común" para no poner una cuantía máxima a los obsequios y se ha establecido un apartado de "regalos personales" donde irán aquellos que, nuevamente, por "sentido común" no tendrán que ser tasados como de carácter "institucional". Esto último, para cualquier persona que no peque de conformismo, debe parecerle por lo menos un poco sospechoso, pues se deja una puerta abierta.
Personalmente, si algún lector me quiere regalar un yate, sería para mí de sentido común aceptarlo...
No hay que olvidar esos dos Ferraris que le regalaron a Juan Carlos, ese yate valorado en 18, sí, 18 millones de euros, caballos de "pura sangre", joyas, armas de fuego con joyas (que seguro Su Majestad habrá dado buen uso en esas cacerías que tanto le gustaban), así como una larga lista de etcéteras que incluyen obsequios de la más alta estirpe.
Ahora es cuando el lector podría preguntarse de que nos podríamos quejar, visto y considerando que estas medidas son para atajar que futuros presentes de exorbitante valor sean para el uso y disfrute de la realeza; desgraciadamente, de muchas cosas.
En primer lugar, ¿por qué no se tomaron estas medidas antes? Pero, quizás más importante incluso, ¿por qué se plantean ahora? Pues, evidentemente, porque la situación política actual generada por el fracaso del bipartidismo, hace mandatoria la necesidad de purgas. El sistema putrefacto que tenemos, el régimen de país cuasi-desarrollado que padecemos y la crisis que se cierne sin piedad ante la ineptitud de los grandes partidos, nos ha llevado a todos ya no solo al hartazgo, sino más bien al asco. Antes, como nadie se quejaba, el Rey podía recibir yates de 18 millones de euros, total (casi) todos comían en España...
Por otra parte, y teniendo lo anterior en mente, la medida es insuficiente. No me refiero a que esto no ayude a limpiar el sistema, pues aquello es más claro que el agua; el problema radica en que se aboga por el "sentido común" para no poner una cuantía máxima a los obsequios y se ha establecido un apartado de "regalos personales" donde irán aquellos que, nuevamente, por "sentido común" no tendrán que ser tasados como de carácter "institucional". Esto último, para cualquier persona que no peque de conformismo, debe parecerle por lo menos un poco sospechoso, pues se deja una puerta abierta.
Personalmente, si algún lector me quiere regalar un yate, sería para mí de sentido común aceptarlo...
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