sábado, 11 de octubre de 2014

Un Nobel del que sentirnos orgullosos

Por Raúl S. Saura


Como a estas alturas sabe todo el mundo, el Nobel de la Paz 2014 ha ido a reparar ex aequo a las manos de los activistas Malala Yousafzai y Kailash Satyarthi y esta es una de las noticias más halagüeñas de lo que llevamos de año. Cada uno de los dos lo merece y, juntos, por partida doble, quizás anunciando una nueva tendencia en la entrega de este galardón tan desconocido.
Los Nobel se caracterizan por persistentes decepciones que con el tiempo adquieren el matiz de legendarias (para otro día hablamos de Borges), pero el de la Paz es la quintaesencia de lo que decimos. Un galardón que, como dijera Alfred Nobel en su testamento, debe premiar a quienes buscan la fraternidad entre naciones (y único no entregado en Estocolmo), no degenera sino en esperpento cuando Stalin y Hitler han sido candidatos. Cuando Putin lo ha sido este año y Mohandas Gandhi nunca lo recibió. Cuando Obama se lo llevó en 2009 cuando sólo contaba con promesas de paz y ahora bombardea el Estado Islámico. Esperar a la finalización de su mandato hubiera sido, en cualquier caso, lo apropiado.
Pero no nos hagamos mala sangre por ello que lo de hoy sí hace honor al nombre. Él es un activista indio e hundú por los derechos de los niños contra la esclavitud a manos de empresarios sin escrúpulos por todo el mundo. La organización que lidera, Global March, ha liberado de la esclavitud a 80.000 infantes en 160 países. Convencido seguidor de Mahatma, lleva un ritmo de manifestaciones y protestas pacíficos endiablado en un país con un problema acuciante, donde la pobreza obliga a millones de familias a permitir las pésimas condiciones de sus hijos, su ausencia en las escuelas no supone sino un hecho vergonzoso. Este Nobel supone un respaldarazo a sus ambiciones, pero no debemos olvidar que aún le queda trabajo por hacer, hasta 168 millones de infantes en todo el mundo.
"Su lucha contra la opresión de los niños y los jóvenes y por el derecho de todos los niños a la educación" también es loable en la otra galardonada de este año, la archiconocida Malala. La paquistaní musulmana de 17 años ya saltó a la fama en 2009 cuando redactó un blog en la BBC en urdu bajo seudónimo describiendo la situación en el valle de Swat con la imposición de los talibanes. Niñas decapitadas, bombas en los colegios, prohibición a las pequeñas de asistir, ante el temor de que el conocimiento desarma su fanatismo. Malala alzó la voz ante ese latrocinio y no salió indemne de ello. 
En 2012 un extremista entró en su autobús escolar y le disparó en la cabeza, Milagrosamente sobrevivió pero ya no pudo apartar la mirada. Ahora, esta joven de 17 años, ayudada por su padre y evidentemente superdotada, se ha convertido en un referente mundial por los derechos de los niños a la educación en general y de las niñas en particular. Quien desee saber más sobre ella que eche mano de su autobiografía Yo, Malala.
Ambos, un ejemplo de lucha por derechos inexcusables y autoevidentes de los más pequeños de todo el mundo. Hipotecando sus vidas y acercándose a veces a la muerte, se dedican en cuerpo y alma por un mundo más justo para todos. Como digo, él un anciano indio e hindú y ella un joven musulmana y pakistaní, no suponen sino una muestra perfecta de lo que se pretende con este premio. Más cuando regresan las tensiones en Cachemira (hasta el momento, 8 indios y 12 pakistaníes muertos).
Este es un Nobel del que podemos sentirnos orgullosos,

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