Por Daniel Hernández García
España es ya el reflejo de un continuo NO-DO respecto a los
temas de actualidad: corrupción y más corrupción. Si acaso podemos meter ahí
el tema del ébola, igualmente importante. Esta semana (como no podía ser de
otra forma), teníamos un nuevo caso: la Operación Púnica. El señor Francisco
Granados, con sus diversas conexiones, convirtiendo esto en un Valdemoro
Conection, consiguió suculentas comisiones que se traducían en cuentas
en Suiza. 
Una nueva encuesta que saldrá la próxima semana revela a
Podemos como primera fuerza en intención de voto. El bipartidismo ya no está en
crisis, esta prácticamente firmando su esquela política, que irá agonizando
lentamente entre municipales y elecciones generales. La sangría imperante de
votos de ambos lados se ve agravada por el paso de los días por los casos de
corrupción que copan las portadas de telediarios y periódicos. La falta de
entereza y liderazgo respecto a los gobernantes de los partidos tradicionales
está conllevando a la desesperación ciudadana, que se traduce en el auge de Podemos.
La situación política española muestra ya claros síntomas de
cambio.
El hartazgo, la desazón y el descrédito político actual han
conllevado al refugio y calado de la formación pabloiglesiana. La mochila
vacía de estas nuevas formaciones en lo respectivo a corrupción es de fácil
atracción para los ciudadanos españoles. Cuentan con ese poderoso handicap,
que sin embargo, esconde una desvaluación de su mesiánica idea de salvapatrias,
que ya trataremos en otro artículo en cuestión.
Podríamos analizar paso por paso lo que ha sido este nuevo
caso de corrupción, pero este artículo se convertiría en otro trozo de papel,
uno más que el español de a pie lo lee con la sensación de preferir leer
cualquier tontería diferente. Este caso no es más que el mero síntoma de la
institucionalización de la política como forma de trabajo, a costa de robarle
al contribuyente su dinero. Una perversión continúa del significado y el buen
hacer de la política cambiada por el enriquecimiento ilícito de unos pocos
mientras en campaña prometen promesas vacías de contenido.
La desesperación de los españoles se ve en aumento y
resulta difícil y complicado hacerle ver más allá de lo que le puede ofrecer el
abanico electoral, de propuestas fáciles y de gran calado social. No se ve la
celeridad e independencia judicial suficiente para meter a tanto caradura
entre rejas, ni tan siquiera el paso al frente de los principales líderes de
los partidos longevos, los cuales se miran desde una tele de plasma o
directamente prefieren ni salir.
Con este panorama tan espantoso a uno sólo le queda razonar
y trabajar por ofrecer un amalgama nuevo de posibilidades para reformar nuestro
país y limpiarlo de tanto jeta. Aunar las fuerzas suficientes para tener una
nueva sociedad libre, próspera y con gran futuro. Pero, por desgracia, la
sinrazón impera en los corazones españoles. Y quizás no les falte la razón,
pero deben pensar en pos de su futuro, y en las imaginarias ideas que allanen el
mal camino de la servidumbre, lo cual puede llegar a ser peor el remedio que la
enfermedad.
 
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