En
mayo de 2010 España inició una deriva que sigue y que todavía hoy levanta
consecuencias entre la clase política. El inicio de esta etapa de austeridad
económica, de los llamados recortes, se llevó por delante a un gobierno pretendidamente
socialdemócrata como el de Rodríguez Zapatero, puesto en entredicho desde ese
instante desde sus mismas bases. El electorado de izquierdas no perdonó al PSOE
en el poder el abandono de las medidas sociales ni el desmantelamiento del Estado
de Bienestar tan defendido en sus programas electorales. Ante
esta rendición de la soberanía nacional a una potencia extranjera que, al fin y
al cabo, sigue siendo la Unión Europea, además de la pésima gestión de la
crisis económica, el electorado español dejó de respaldar en masa al partido en favor
del PP. Desde ese día, el 20N, el panorama político en nuestro país ha sido, al
menos, desértico. La derecha, aglutinada alrededor del Partido Popular, se
entregó a la misma política de recortes sin reservas ideológicas, o no tantas
como reconocerían sus dirigentes. La izquierda, dividida. En una constante
propia de este país, los diferentes partidos de izquierdas no sopesaron la
opción de una unión poderosa para intentar hacer frente a la mayoría absoluta en
las cámaras, sino que cada cual pretendió iniciar un sendero en solitario: el
PSOE, con el nuevo liderazgo de Pérez Rubalcaba, quien representaba los peores años
del zapaterismo, se sumió en un letargo falto de ideas, energías y
movilización; Izquierda Unida intentó aprovechar la coyuntura y erigirse en
nuevo partido del pueblo y referente de la izquierda, mientras los grupos más
minoritarios continuaron sus periplos sin que se les prestara atención. Las amplísimas bases del PSOE, sin embargo, no se decnataron por ninguna de estas opciones de forma abrumadora.
Pero
durante los últimos años la situación no ha cambiado y la población española se
exaspera por ello, y precisamente, ha cambiado. Votó al Partido Popular para poner fin a la crisis, siguiendo
la manida costumbre de que los gobiernos de derechas gestionan mejor que los de izquierdas. Los
resultados, a vista de todos, es que hablamos de una mentira, o eso parece considerar la población española. El gobierno de Mariano
Rajoy no ha hecho sino continuar con unas medidas dolorosas y contrarias a los
intereses de sus electores, salpicados de por medio con escándalos de
corrupción y estériles disputas tocantes a la Educación, el aborto o RTVE. Y dado que el partido de Rubalcaba continuaba
sin dar señales de vida, no fueron sino los mismos ciudadanos quienes plantaron
cara a la situación. El 15-M partidario de un mayor control ciudadano sobre la política y de la política sobre la economía quizás se anticipara demasiado en el tiempo, fue
tachado de extremista y quedó en la ignominia, pero su mensaje caló y ahora se
aprecia su influencia en muchos partidos políticos.
Hace un mes la joven formación Podemos, originada a partir de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y con el carismático Pablo Iglesias al frente, consiguió cinco europarlamentarios con sólo 4 meses de existencia abogando por una mayor participación de los ciudadanos en la toma de decisiones, por la soberanía nacional y por una limitación de los privilegios de la clase política. Aun
así, este cambio no es el único, sino la muestra de una nueva tendencia: la de
una crisis sistemática del sistema de la Transición, originada por una
generación joven que no la conoció y se plantea ahora por qué algunas cosas son
como son. Una nueva generación que representa un porcentaje creciente de votos
y que ya no guarda ninguna fidelidad ni aprecio a los partidos mayoritarios y,
harta de ellos, fija su mirada en grupos más cercanos y que demuestran preocupación por el esatdo de la Sanidad, la Educación o los servicios sociales, como Equo, Ciudadanos o el mencionado Podemos. Así, mientras
pasa el tiempo, esta especie de oligarquía comienza a tambalearse junto con
varios de sus miembros: el rey Juan Carlos abdicó este mes, al poco los mismos
Rubalcaba y Willy Meyer también lo hicieron (uno como secretario general de un
partido que no se ha opuesto firmemente a las políticas de austeridad y otro
como europarlamentario sin que las bases de su partido acordaran su nombramiento). Esta
nueva generación es la que forma grupos como Podemos o Equo, de nuevo cuño y
nuevas ideas favorecedoras de la llamada democracia directa heredera del 15-M. Esta nueva generación que también ha militado largo tiempo en partidos como PSOE e IU y comienza a alcanzar puestos altos. A la subida en el poder de Garzón en este último y las elecciones primarias en el primero nos podemos remitir.
En el Partido Socialista se convocaron unas elecciones primarias para elegir al nuevo secretario general, con dos candidatos principales en liza: Pedro Sánchez y Eduardo Madina, quizás más o menos lejanos ideológicamente, pero no cabe duda de su juventud ni de su empeño (real o ficticio) de emprender una renovación de la política escuchando a sus electores, en retirada. El ejemplo de Podemos cundió entre las bases de izquierdas y supo movilizarlo con un modelo de partido enemigo de la corrupción y (en principio) dispuesto a ayudar a la población y no a las grandes empresas. Se apunta a que ha supuesto un gran agujero de votos para otras formaciones, otras formaciones que ahora buscan un cambio para evitar su desaparición. Sánchez y Madina pretenden representar eso en su partido (si bien aquí la pregunta no consiste en el quién sino en el cómo, con unas primarias que entroncan con el ideario de Podemos), como Alberto Garzón en Izquierda Unida. El joven malagueño de 28 años fue nombrado ayer por el coordinador general Cayo Lara como interlocutor con Podemos, en busca de una coalición de izquierdas para las próximas elecciones autonómias y generales. También oficializó que en Izquierda Unida los candidatos a elecciones del partido se elegirán mediante primarias, en una exigencia innegociable de los de Pablo Iglesias, ya incluso para confluir a las europeas unidos hace meses. Es decir, la vieja política, la casta comienza a escuchar a este grupo poblacional que comenzó acampando en Sol y quizás termine por ocupar cargos de gobierno ante el desprecio de algunos.
En tanto la izquierda se ha relacionado estos últimos años con la democracia directa, que varios de los partidos pretendidamente de izquierdas la adopten para tomar decisiones no poco importantes se ha de interpretar, sin lugar a dudas, como una muestra de preocupación ante la llegada de nuevos contendientes en la partida por el poder. Los dirigentes de IU y PSOE saben que sus bases comienzan a desencantarse con ellos a un ritmo aún mayor que antes, ahora que cuentan con otras agrupaciones que parecen apelar más a ellas y preocuparse por darles voz. En vista de los devastadores años del PP en el gobierno, en vista a los últimos resultados electorales, de las últimas medidas tomadas por estos partidos que sabrán encauzar mejor o peor sus reformas, establecer unas alianzas más o menos firmes (lo cual supondría dejar en un paréntesis la historia parlamentaria de este país, como parece que quizás ocurra), una pregunta surge: ¿España gira a la izquierda?
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