Cumplidos los cinco años de legislatura continental, el Parlamento Europeo procedió a elegir a sus nuevos parlamentarios en diversos países el pasado 25 de mayo. Tras muchos años de políticas de austeridad y los llamados recortes, diversos países y movimientos clamaban contra estos, asegurando su firme oposición a las medidas exigidas por la Europa del Norte (en referencia mayoritariamente a Alemania) sobre la del Sur. Además, el ascenso en varios países de partidos de extrema derecha, como en Francia, Holanda o Reino Unido, podrían resultar en un Parlamento muy fraccionado, con el castigo a los partidos hegemónicos, el Partido Popular Europeo (PPE) y los socialdemócratas (S&D), siempre presente.
Esta
legislatura, sin embargo, no sería como las demás. Añadiendo relevancia a los
comicios europeos, que habrían de decidir las políticas comunitarias durante
los próximos años, debemos recordar que, por primera vez en su historia, el
Parlamento elegirá al presidente de la Comisión. El actual, el portugués José
Manuel Durão Barroso no fue elegido democráticamente, no sin cierta polémica.
Ciertos sectores políticos no olvidan su etapa como Primer Ministro de su país,
marcada por el apoyo a la guerra de Irak (cuarto hombre de las Azores), ni su
relación con las agencias de calificación internacionales, vistas como una
amenaza a la soberanía económica de la Unión Europea. Por ello, la elección de
un nuevo presidente de la Comisión (o comisario) aparece revestida de una
importancia capital para el devenir de los próximos años; a la espera de
descubrir si los europeos aprueban o no las políticas de austeridad impuestas
hasta ahora.
En
un plano internacional, los resultados no invitan a ello. Con datos del 26 de
mayo de 2014, el ascenso de partidos de extrema derecha ha marcado las actuales
elecciones. Las victorias del Frente Nacional de Le Pen en Francia y del UKIP
de Farage en Reino Unido implican el apoyo popular a políticas que contravienen
directamente el ideario de la Unión Europea. Estos partidos, enemigos del
movimiento de trabajadores comunitarios con plena libertad y la pérdida de
sobernía popular, pueden suponer un gran conflicto, incluso caos, en el nuevo
Parlamento Europeo, donde las nuevas alianzas que podrían formarse sacudirían
aún más el frágil equilibrio de los 28. No en vano, Valls, primer ministro
francés, declaró los resultados de su país, en el que el gobernante partidos
socialista quedó en tercer lugar, como un “terremoto político”. 
La
causa del auge de estos partidos euroescépticos, que desconfían de las
“imposiciones extranjeras”, los inmigrantes o la pérdida de soberanía nacional,
viene dada por el reseñable castigo a los partidos tradicionales en todo el
continente. Desde Portugal a Finlandia, los resultados de todo el continente
demuestran que el principal grupo, el PPE, ha perdido 63 asientos, quedándose
en 212 de los 751 que conforman la Cámara. Los segundos, socialdemócratas, suben
tres escaños hasta los 187, alcanzando de todas maneras la mayoría absoluta
entre ellos. Otros grupos como los Verdes o el Grupo Unitario de Izquierda, aumentan
su presencia desde 2009. El número de parlamentarios independientes también se
ha incrementado.
Pero
el ascenso de la extrema derecha, recordando otros tiempos pretéritos en épocas
de crisis económica, no ha sido el único resultado a destacar junto con el de
la caída de los dos principales partidos. La subida de nuevos grupos de la
extrema izquierda en la Europa del Sur puede marcar la política de los próximos
años. En España, por ejemplo, el reciente grupo Podemos liderado por el
televisivo profesor universitario Pablo Iglesias, ha alcanzado 5 parlamentarios
tras sólo 4 meses de vida, superando a UPyD por un puesto. En Grecia, la
coalición de Syriza liderada por el carismático Alexis Tsipras, candidato
izquierdista a comisario europeo, ha triunfado con el 30% de los votos. Estos
grupos, también enemigos de las políticas de austeridad representadas por la
canciller Angela Merkel, podrían llegar a pactar con sus enemigos naturales en
busca de una nueva Europa en la que conservadores y socialdemócratas no
tendrían la voz predominante de antaño. 
Una
opción bastante remota, pero temida entre los altos cargos de la Unión. Si los
diferentes grupos contrarios al conservadurismo económico defendido hasta ahora
se unieran, la Comisión resultaría ingobernable. Y no en el mejor momento,
cuando se presentan tres candidatos a su presidencia. En un somero repaso,
estos son:
Jean-Claude Juncker. Político
luxembugués y candidato por el PPE, su elección supondría la continuidad de las
medidas tomadas hasta ahora. Único candidato abiertamente perteneciente al
ideario ideológico de la derecha, el Partido Popular Europeo necesitaría pactar
para lograr que sustituyera a Barroso. Los ascendentes partidos de Nigel Farage
y Marie Le Pen podrían suponer unos aliados nada desdeñables para la votación.
Lo que se concedería a cambio permanece ignoto. 
Martin Schulz. Político y librero
por vocación, el alemán es el candidato socialdemócrata en la contienda. Con
una larga trayectoria a sus espaldas de servicio público, habla abiertamente
del fracaso europeo y la necesidad de un viraje en las políticas tomadas hasta
ahora, que han lastrado para la población. Defensor del crecimiento y crítico
del Tratado de Libre Comercio entre Berlín y Washington, tampoco ha puesto la
voz en el cielo contra la austeridad comunitaria. Su nacionalidad supondrá, a
todas luces, un inconveniente entre los países del Sur.
Alexis Tsipras. El candidato de la
izquierda, el enemigo de los recortes. Visto como una amenaza por Merkel,
Barroso y The Financial Times, el
líder de la coalición Syriza llega a la carrera por la Comisión lanzado tras
los apabullantes resultados en su país. Apoyado por fuerzas como el Grupo
Unitario de Izquierda (al que en nuestro país está adherida Izquierda Unida y,
dentro de poco, Podemos), promete recibir una votación tímida en el Parlamento,
dividido aun mayormente entre conservadores y socialistas. Enemigo del
conservadurismo económico, su voz en Europa puede sacudir la ideología
predominante. Si bien un candidato con pocas probabilidades, promete no aburrir
en el Parlamento. 
Europa
ha hablado, aunque aún no se conozcan a ciencia cierta sus resultados. Sólo
algo resulta evidente e imposible de negar: el descontento de la ciudadanía
hacia una clase política impulsora de medidas contrarias a su integridad. La
falta de apoyo contra unos dirigentes que transmiten la sensación de demasiada
lejanía con respecto a los votantes. De ahí se derivan los castigos a PPE y
S&D. De ahí se explican los ascensos de extrema derecha y extrema
izquierda. Los primeros, escépticos de la Unión Europea; los segundos, de sus
políticas. Si bien, el auge de unos y otros, partidos tan dispares, puede ser
indicio de un cambio más importante. Un deslizamiento de placas que podría
tornarse inevitable: mientras el Sur camina hacia la izquierda como solución,
el Norte lo hace hacia la diestra (incluso en Alemania los neonazis han
experimentado una subida importante). Indicativo de una deriva de unos hacia un
lado y otros hacia el contrario, el mayor desapego y confrontación entre una
Europa y otra. En este contexto, la búsqueda de aliados se torna más difícil
que nunca con partidos de muy diferentes idearios e intereses. 
La
fragmentación puede suponer un serio problema para los intereses de la Unión
Europea; no sólo de sus dirigentes, también de sus ciudadanos. Sería necesario
que en tiempos de zozobra económica y política, los europarlamentarios unieran
fuerzas en busca de un nuevo panorama en el continente. Un panorama en el que
se recuperen empleos y derechos sociales básicos. Un panorama que habría de
comenzar con el fin de las políticas que han conducido a esta misma zozobra. 
 
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