lunes, 2 de junio de 2014

Análisis de las elecciones al Parlamento europeo 2014: Auge del euroescepticismo en Europa (por Raúl S. Saura)

 


Cumplidos los cinco años de legislatura continental, el Parlamento Europeo procedió a elegir a sus nuevos parlamentarios en diversos países el pasado 25 de mayo. Tras muchos años de políticas de austeridad y los llamados recortes, diversos países y movimientos clamaban contra estos, asegurando su firme oposición a las medidas exigidas por la Europa del Norte (en referencia mayoritariamente a Alemania) sobre la del Sur. Además, el ascenso en varios países de partidos de extrema derecha, como en Francia, Holanda o Reino Unido, podrían resultar en un Parlamento muy fraccionado, con el castigo a los partidos hegemónicos, el Partido Popular Europeo (PPE) y los socialdemócratas (S&D), siempre presente.
Esta legislatura, sin embargo, no sería como las demás. Añadiendo relevancia a los comicios europeos, que habrían de decidir las políticas comunitarias durante los próximos años, debemos recordar que, por primera vez en su historia, el Parlamento elegirá al presidente de la Comisión. El actual, el portugués José Manuel Durão Barroso no fue elegido democráticamente, no sin cierta polémica. Ciertos sectores políticos no olvidan su etapa como Primer Ministro de su país, marcada por el apoyo a la guerra de Irak (cuarto hombre de las Azores), ni su relación con las agencias de calificación internacionales, vistas como una amenaza a la soberanía económica de la Unión Europea. Por ello, la elección de un nuevo presidente de la Comisión (o comisario) aparece revestida de una importancia capital para el devenir de los próximos años; a la espera de descubrir si los europeos aprueban o no las políticas de austeridad impuestas hasta ahora.
En un plano internacional, los resultados no invitan a ello. Con datos del 26 de mayo de 2014, el ascenso de partidos de extrema derecha ha marcado las actuales elecciones. Las victorias del Frente Nacional de Le Pen en Francia y del UKIP de Farage en Reino Unido implican el apoyo popular a políticas que contravienen directamente el ideario de la Unión Europea. Estos partidos, enemigos del movimiento de trabajadores comunitarios con plena libertad y la pérdida de sobernía popular, pueden suponer un gran conflicto, incluso caos, en el nuevo Parlamento Europeo, donde las nuevas alianzas que podrían formarse sacudirían aún más el frágil equilibrio de los 28. No en vano, Valls, primer ministro francés, declaró los resultados de su país, en el que el gobernante partidos socialista quedó en tercer lugar, como un “terremoto político”.
La causa del auge de estos partidos euroescépticos, que desconfían de las “imposiciones extranjeras”, los inmigrantes o la pérdida de soberanía nacional, viene dada por el reseñable castigo a los partidos tradicionales en todo el continente. Desde Portugal a Finlandia, los resultados de todo el continente demuestran que el principal grupo, el PPE, ha perdido 63 asientos, quedándose en 212 de los 751 que conforman la Cámara. Los segundos, socialdemócratas, suben tres escaños hasta los 187, alcanzando de todas maneras la mayoría absoluta entre ellos. Otros grupos como los Verdes o el Grupo Unitario de Izquierda, aumentan su presencia desde 2009. El número de parlamentarios independientes también se ha incrementado.
Pero el ascenso de la extrema derecha, recordando otros tiempos pretéritos en épocas de crisis económica, no ha sido el único resultado a destacar junto con el de la caída de los dos principales partidos. La subida de nuevos grupos de la extrema izquierda en la Europa del Sur puede marcar la política de los próximos años. En España, por ejemplo, el reciente grupo Podemos liderado por el televisivo profesor universitario Pablo Iglesias, ha alcanzado 5 parlamentarios tras sólo 4 meses de vida, superando a UPyD por un puesto. En Grecia, la coalición de Syriza liderada por el carismático Alexis Tsipras, candidato izquierdista a comisario europeo, ha triunfado con el 30% de los votos. Estos grupos, también enemigos de las políticas de austeridad representadas por la canciller Angela Merkel, podrían llegar a pactar con sus enemigos naturales en busca de una nueva Europa en la que conservadores y socialdemócratas no tendrían la voz predominante de antaño.
Una opción bastante remota, pero temida entre los altos cargos de la Unión. Si los diferentes grupos contrarios al conservadurismo económico defendido hasta ahora se unieran, la Comisión resultaría ingobernable. Y no en el mejor momento, cuando se presentan tres candidatos a su presidencia. En un somero repaso, estos son:
Jean-Claude Juncker. Político luxembugués y candidato por el PPE, su elección supondría la continuidad de las medidas tomadas hasta ahora. Único candidato abiertamente perteneciente al ideario ideológico de la derecha, el Partido Popular Europeo necesitaría pactar para lograr que sustituyera a Barroso. Los ascendentes partidos de Nigel Farage y Marie Le Pen podrían suponer unos aliados nada desdeñables para la votación. Lo que se concedería a cambio permanece ignoto.
Martin Schulz. Político y librero por vocación, el alemán es el candidato socialdemócrata en la contienda. Con una larga trayectoria a sus espaldas de servicio público, habla abiertamente del fracaso europeo y la necesidad de un viraje en las políticas tomadas hasta ahora, que han lastrado para la población. Defensor del crecimiento y crítico del Tratado de Libre Comercio entre Berlín y Washington, tampoco ha puesto la voz en el cielo contra la austeridad comunitaria. Su nacionalidad supondrá, a todas luces, un inconveniente entre los países del Sur.
Alexis Tsipras. El candidato de la izquierda, el enemigo de los recortes. Visto como una amenaza por Merkel, Barroso y The Financial Times, el líder de la coalición Syriza llega a la carrera por la Comisión lanzado tras los apabullantes resultados en su país. Apoyado por fuerzas como el Grupo Unitario de Izquierda (al que en nuestro país está adherida Izquierda Unida y, dentro de poco, Podemos), promete recibir una votación tímida en el Parlamento, dividido aun mayormente entre conservadores y socialistas. Enemigo del conservadurismo económico, su voz en Europa puede sacudir la ideología predominante. Si bien un candidato con pocas probabilidades, promete no aburrir en el Parlamento.
Europa ha hablado, aunque aún no se conozcan a ciencia cierta sus resultados. Sólo algo resulta evidente e imposible de negar: el descontento de la ciudadanía hacia una clase política impulsora de medidas contrarias a su integridad. La falta de apoyo contra unos dirigentes que transmiten la sensación de demasiada lejanía con respecto a los votantes. De ahí se derivan los castigos a PPE y S&D. De ahí se explican los ascensos de extrema derecha y extrema izquierda. Los primeros, escépticos de la Unión Europea; los segundos, de sus políticas. Si bien, el auge de unos y otros, partidos tan dispares, puede ser indicio de un cambio más importante. Un deslizamiento de placas que podría tornarse inevitable: mientras el Sur camina hacia la izquierda como solución, el Norte lo hace hacia la diestra (incluso en Alemania los neonazis han experimentado una subida importante). Indicativo de una deriva de unos hacia un lado y otros hacia el contrario, el mayor desapego y confrontación entre una Europa y otra. En este contexto, la búsqueda de aliados se torna más difícil que nunca con partidos de muy diferentes idearios e intereses.
La fragmentación puede suponer un serio problema para los intereses de la Unión Europea; no sólo de sus dirigentes, también de sus ciudadanos. Sería necesario que en tiempos de zozobra económica y política, los europarlamentarios unieran fuerzas en busca de un nuevo panorama en el continente. Un panorama en el que se recuperen empleos y derechos sociales básicos. Un panorama que habría de comenzar con el fin de las políticas que han conducido a esta misma zozobra. 

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